¡Qué equivocado está todo el mundo!

Al Barça puede pasarle algún día como a aquel conductor que se metió en dirección contraria por una autopista e iba diciendo: “¡Serán brutos! ¿pues no van todos en contra dirección?”. Embelesados en el fundamentalismo que nos ha inculcado algún funesto gurú, nos estamos perdiendo una de las mejores sensaciones del fútbol: el disfrutar ganando. Nos hemos vuelto dogmáticos de un supuesto buen fútbol –algo difícilmente objetivable-, adoradores de un presunto espectáculo y “torquemadas” de cuantos no nos permiten desarrollar esa belleza simpar sobre un campo de fútbol. ¡Anda que no se han llevado palos el Celtic, el Milan, el Espanyol y el Chelsea por no ajustarse a lo que nosotros consideramos la ortodoxia futbolística! ¡Y, encima, los muy infelices, son capaces de pasárselo bomba si empatan con nosotros o nos eliminan! Tenemos algo de aquellas cerriles y represoras monjas irlandesas de “Las hermanas de Magdalena”, que proyectaban su amargura sobre las desdichadas jóvenes que caían en sus siniestras manos. Lejos de hacer autocrítica, de preguntarnos por qué no ganamos siempre si somos los mejores del mundo, por qué no eliminamos a los que están equivocados, que son todos los demás, nos dedicamos a descalificarlos. Hoy entraremos a saco en el Chelsea, que ha tenido la osadía de apearnos de Europa y de encajarnos ¡cinco goles! en dos partidos. Corramos a calificar su fútbol de indigno, a Mourinho de facineroso y a Abramovich de nuevo rico. Pero seguiremos sin saber por qué, un año más, con la primavera la fanfarria de la Champions no la oiremos en nuestro campo sino cuando jueguen ellos, todos esos que, los muy animales, circulan en sentido contrario.