Algo huele mal en Alemania

¿Habrían opinado Hamlet y sus amigos sobre fútbol, de haber vivido en nuestros días? Desde luego, la literaria frase “algo huele a podrido en…”, un Shakespeare de nuestros días podría haberla aplicado a muchos ámbitos de la actividad económica y social. Por ejemplo, al fútbol. Y más concretamente, al fútbol alemán. El otrora todopoderoso fútbol alemán vive una crisis que presenta múltiples facetas. Por más que se pretenda ocultar bajo la pantalla de la organización del Mundial-2006. Desde la quiebra del grupo Kirch Media, que pilló desprevenidos a los clubs que habían estirado más el brazo que la manga confiados en los ingresos televisivos, la Bundesliga no levanta cabeza. Para empezar, carece de las figuras que pueblan las ligas española, italiana e inglesa. Sin dinero no se pueden fichar jugadores “galácticos” y los Makaay, Ailton o Lucio carecen de la proyección mediática de los jugadores del Madrid, el Barça, el Arsenal, el Chelsea, la Juve o el Milan. Pero si los jugadores importados son de escaso relieve –siempre a la espera de que eclosionen definitivamente los Guerrero, Pizarro o Santa Cruz-, los jugadores del país tampoco son nada del otro mundo, como lo prueban los raquíticos resultados de la selección en los últimos años. En medio de ese panorama, la corrupción arbitral ha sido como poner a un enfermo de pulmonía en medio de una corriente de aire helado.
Que la Bundesliga sea, con la Liga holandesa, la más goleadora de Europa no quiere decir que sea la más espectacular sino la más desequilibrada…y la que tiene peores defensas. Los resultados de las copas europeas han ratificado esa situación: con mucha suerte, en el mes de marzo sólo va a quedar un equipo alemán, el Bayern de Munich, en las competiciones internacionales. El Bayer Leverkusen (3-1 en Liverpool) y el Werder Bremen (0-3 en casa ante el Lyon), han entonado ya la canción de despedida. Otros, como el Shalke, el Stuttgart y el modesto Alemania Aachen, se fueron ya de la Copa de la UEFA por la puerta falsa. El fútbol es muy sensible a los estados de ánimo colectivos puesto que vive un trasvase constante de emociones con su entorno. En un ambiente de depresión, desinterés y muermazo colectivo, sólo un nuevo “milagro alemán” podrá darle al Mundial del año próximo la marcha imprescindible para que no se convierta en un fracaso.