Recordaba ayer por la mañana en un coloquio en la Penya Blaugrana de Santpedor, que esta es mi novena liga del Barça como periodista. La primera, como redactor del ya desaparecido El Correo Catalán, fue la del 0-5 en el Bernabeu, la única de Cruyff como jugador azulgrana (en cinco temporadas), y la única de Agustí Montal en ocho años. Luego vino ese túnel del tiempo en el que nos pusimos morados de títulos (a más de uno por año), hasta que el Glorioso Alzamiento terminó con el oprobioso nuñismo y el club entró en la decadencia.
La verdad es que yo veía nuestra historia de otro modo pero hoy, en los edulcorados panegíricos que la prensa catalana dedica a Laporta, se dice de él que ha conseguido liberar al barcelonismo de la vergüenza: ya podemos salir a la calle, nuestros hijos pueden llevar sin complejos ni temor al bulling la camiseta azulgrana (o fucsia o color crema, o a rayas azules y negras), que han tenido que esconder durante todos estos años. Por lo visto, no han existido niños y niñas con la camiseta de Saviola, de Kluivert, de Rivaldo, de Riquelme, la preciosa camiseta del centenario no se vendió a espuertas: eran ectoplasmas.
En ese corrimiento de tupidos y manipuladores velos sobre el pasado, sale mal parada hasta la Virgen de la Merced, la mojigatería de Casaus; el balcón de la Generalitat, que ultrajaba el Barça de Núñez (y lo ultrajó unas dieciocho veces, en ocasiones llevando hasta dos y tres títulos de golpe), los pechos de la Rahola en el balcón del Ayuntamiento, los saltitos de Jordi Pujol agarrado por Stoichkov…Todo eso que tanta gracia nos hizo, que tantos argumentos nos proporcionó para reafirmarnos en que somos más que un club, maldita la gracia que nos hace ahora. Incluso las ligas de Van Gaal, ¿existieron esas ligas en las que sacamos 11 puntos (clavados las dos veces) al Real Madrid? Lo digo porque, desde el dream team hasta hoy, parece que hemos estado en hibernación.
Pero, por suerte, antes del incensario periodístico que me he tragado hoy, ayer escuché pronunciar el nombre de “Ítaca”.
-“¿Ítaca?” –me dije-. “Pero si eso es de mis tiempos…”.
Y, en efecto, en palabras del siempre surrealista Oleguer Presas, apareció el mitológico nombre de Ítaca. Y recordé los versos de Kavafis cantados por Lluís Llach cuando yo paladeaba la primera de las nueve ligas barcelonistas de mi carrera. Y volví a releerlos en la traducción de Carles Riba (el abuelo de Pau Riba, autor de uno de mis discos de culto, Dioptria, ¡ay, sus conciertos en el Iris, disueltos a porrazos por los grises!). Y volví a comprender que Ítaca es una ilusión, que lo real es el viaje, la odisea:
“Quan surts per fer el viatge cap a Itaca
has de pregar que el camí sigui llarg
ple d’aventures, ple de coneixenses”.
(“Cuando sales de viaje a Ítaca / has de rogar que el camino sea largo / lleno de aventuras, lleno de conocimientos”).
Algunos neobarcelonistas creen haber llegado a Ítaca. El mismo error cometimos nosotros el día ya lejano del 0-5 en el Bernabeu. Pero, por suerte, el viaje continúa y yo espero seguir durante muchos años y muchas ligas esta azarosa, larga, excitante odisea, para la que me animan las palabras del simpar Oleguer: “Continuarem caminant cap a Ítaca” (seguiremos caminando a Ítaca).
Nota.- Samuel Eto’o ha obrado con diligencia y acertadamente al pedir disculpas al Madrid por sus insultos, la nota discordante en la gran fiesta azulgrana. Él también debió aceptar las que le ofreció un empleado del Chelsea por unos supuestos insultos racistas, y revisar su intolerancia.
Mi viaje a Ítaca
martes, 17 de mayo de 2005 | Publicado por Enric Bañeres en 12:16 a. m.
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