Un fútbol que hace llorar

¿Qué nos pasa, doctor? Vamos a Yokohama, y los niños nipones que iban a reir con Ronaldinho lloran como si se les hubiera aparecido Gotzilla. Viene el Betis, y Carles Puyol, el más machote de nuestra plantilla, acaba desconsolado en brazos de Frank Rijkaard, que durante toda la temporada ha sido una madre para sus jugadores. Echas una ojeada hoy en los kioscos, y sólo ves lágrimas, auténticas, porque no son lágrimas de cocodrilo sino de periquito. Y abres los diarios para ver a qué viene tanto sollozo, y parece que el culpable es un árbitro, que en vez de dejar con diez al equipo rival, lo hizo con el propio. Y, pulután, el único consuelo que nos queda es maldecir tanta mala suerte: ¡el gol de Sobis no era falta! ¡Moisés no debió ser expulsado!. Siempre hay un culpable ajeno, nunca somos nosotros. Nunca es Rijkaard que se dejó ganar la partida por Luis Fernández. Nunca es Valverde que movió su banquillo como un principiante y que, tal vez obsesionado en olvidar la maldición de Leverkusen, no ensayó los penaltis: ni como pararlos ni como marcarlos. Eso sí que es mala suerte, cullons.

Positifo: que a medida que se acerca el fin de semana, se me va pasando el cabreo de la semana anterior y me empieza a invadir un moderado optimismo sobre lo que puedan hacer el Madrid en Huelva y el Barça en el Manzanares. Mira que si...

Nejatifo: que a Mourinho le llueven palos hasta por defender a su perrito de la brutalidad de los bobbies británicos. Estoy convencido de que si mi admirado José se hiciera antitaurino, los laportistas se abocarían en masa al arte de Cúchares (¿se dice así?).

¡Bon dia, bona sort i bon viatge a Ítaca!