"Bonjour, tristesse"

¡Auguri, italianos! El triunfo de Italia en el Mundial es incuestionable, legítimo, conforme a los reglamentos, ganado a pulso. De las dos facetas del fútbol -defenderse y atacar- han demostrado que dominan como nadie, y de una manera histórica, la primera de ellas. Y se ha ratificado aquella vieja idea sostenida por los técnicos más resultadistas: la delantera te gana un partido, la defensa te gana un campeonato.
Pero para que uno gane, otro debe perder. En este caso, la derrotada ha sido Francia. Si veinticuatro horas antes toda Alemania, que se temía el desastre de su selección en el Mundial, festejaba el tercer puesto como una proeza, para Francia ser subcampeona no es un premio sino un castigo. Porque no sólo ha perdido un Mundial que tuvo al alcance de la mano. También ha perdido un símbolo, Zinedine Zidane, un jugador de síntesis en el que los sociólogos, los pensadores, los políticos y los simples aficionados habían depositado la esperanza de una Francia mestiza e integradora. Materazzi -Le Pen no lo habría hecho mejor- consiguió desestabilizarlo, desnudar el mito, romper el símbolo. Y, con él, las ilusiones de una Francia que ansiaba ganar mucho más que una Copa del Mundo de fútbol. Buenos días, tristeza.

Positifo: que el Mundial ha dado un nuevo golpe de gracia al métido galáctico, a la dependencia excesiva de la genialidad individual y ha revelado la fragilidad de las estrellas (Beckham, Zidane, Ronaldo, Ronaldinho, Rooney, Lampard, Henry...) cuando se hallan sometidas a la máxima presión que supone una competición de esta naturaleza.

Nejatifo: que este Mundial haya sido “para mayores con reparos”, por la dificultad que han tenido para jugar y/o brillar los jóvenes (Messi, Cesc, Iniesta, Rooney, Tévez, Walcott...) o por el flaco favor que a esa generación han hecho otros como Cristiano Ronaldo, rey de los piscineros y provocadores.

¡Bon dia, bona sort i Visca el Barça!