Con l'Estatut, ahora y siempre

El Barça no debe ponerse al servicio de ningún partido político, ni debía dejar de ir a la Plaça de Sant Jaume porque ya no estén los amigos de Laporta en ninguno de los dos balcones. El Barça no debe caer genuflexo ante ningún interés político partidista ni debería ser plataforma de lanzamiento ni rampa para las ambiciones políticas de sus prebostes. No es difícil adivinar en Laporta ambiciones que van más allá de presidir el palco del Camp Nou (porque nada hay tan atrevido como la ignorancia ni tan inmoderado como la vanidad y la ambición). Convergència (CDC) ya utilizó el Barça como lanzamiento de personajes que después, dada la cortedad de su talla, en general no pasaron de calentar en la banda de la política con mayúsculas: Agustí Montal (senador), Josep Lluís Vilaseca (diputado catalán), Joan Granados (ídem y concejal de Barcelona), Jaume Rosell (el padre de Sandro, director general), Sixte Cambra (senador)…
Casi todos ellos hicieron en el Barça una labor de zapa al servicio de su partido. Pero eran tiempos tan exuberantes de un sentimiento catalanista transversal que el Camp Nou pasó de partidos concretos e hizo suyos los gritos de “¡Llibertat, amnistia i Estatut d’autonomia”, “¡Ja tenim la copa, ara l’Estatut!”, “¡Visca el Barça i visca Catalunya!”…e incluso cuando pudo votar a hombres con una clara etiqueta, como Ferran Ariño y Sixte Cambra, les dio la espalda.
Por ello comprendo, apruebo y apoyo que el Barça respalde l’Estatut. Eso no es politizar el club, no es enfrentarlo a España, no es crearle al equipo un ambiente enrarecido en sus desplazamientos (¿es que los ultras de Getafe, del Bernabeu, de Valencia, etc., necesitan pretextos?). Eso es ejercer su catalanidad como el Barça lo ha hecho siempre, como lo hizo en tiempos de Joan Gamper y en tiempos de Josep Lluís Núñez (el hombre de las grandes movilizaciones catalanistas, como la de los 30.000 a Basilea), un catalanismo plural auspiciado por directivas que no perseguían ambiciones políticas partidistas ni ambiciones personales sino que actuaban movidos por una sola idea motriz: el Barça.

Positifo: que quienes éramos escépticos sobre la forma en que Rijkaard podría gestionar esta amplia plantilla, en un par de meses sólo tengamos una palabra para nuestro entrenador: “¡Chapeau!”.

Nejatifo: que cada vez que un jugador irrumpe en el primer equipo (Oleguer, Sylvinho, Van Bommel, Motta, Iniesta o Messi), en vez de defender su candidatura como titular, nos dediquemos a vituperar a quienes nos gustaría mandar al banquillo (Belletti, Gio, Xavi o Giuly, todos ellos piezas básicas del equipo que nos dio el título el año pasado). ¿No seremos nosotros quienes no sabemos manejar una gran plantilla?

En Ítaca no ladran pero igualmente cabalgamos