Jan pasa de la pelotita

Lunes día 27 a última hora de la tarde. Joan Laporta, l'amic Jan, acude al Ateneu barcelonés, invitado por el presidente del histórico centro cultural catalán de la calle Canuda, el prestigioso arquitecto Oriol Bohigas. Se trata de montarle al capitoste azulgrana un encuentro con un selecto grupo de profesionales e intelectuales catalanes para el mejor conocimiento mutuo. Laporta, con su hablar susurrante y pausado, su atrevimiento para no dejarse cohibir por el renombre de sus contertulios, se los mete pronto en el bolsillo.
Los seduce, sobre todo a aquellos -aquellos carcamales, digámoslo pronto- que vinculan fútbol a subcultura, todavía lo tienen por el opio del pueblo y rehusan tener televisor en su casa, vade retro, para que el maligno no entre por la vía de los rayos catódicos. A todos se los metió el prócer blaugrana en la pocha gracias a su labia, a su porte kennediano y a su desenvoltura. Pero, también, gracias a las ideas que desgranó: en determinado momento, siempre según fuentes de todo crédito, uno de los presentes hizo el típico papelón del periodista patoso que se carga una buena rueda de prensa y le soltó:
-Todo eso que nos dice, está muy bien, pero si la pelotita no quiere entrar...
Laporta, casi monta en cólera porque, según él, lo de la pelotita es lo de menos. Su misión en este mundo es, como explicó a los obnubilados presentes, consolidar el arraigo en Catalunya del club que preside (¿ahora estaba arraigado en As Açores?), el ser una entidad modélica y representativa del país y su modernidad (¿viajábamos con la boina, la bota y el bocata, cuando él tomó posesión?), el convertir al Barça en un club comprometido en la lucha contra la violencia y solidario con las causas humanitarias (¿un guiño al Premio Nóbel de la Paz?)….
Me cuentan que algunos de los presentes salieron de la reunión entregados a la causa azulgrana, con los ojos iluminados, como los pastorcillos de Fátima después de ver a la Virgen. Otros confirmaron sus recelos de que este hombre puesto en el sillón del Camp Nou por la Divina Providencia, rezuma una peligrosa ambición, que el club –y la pelotita- le importan un pimiento salvo que pueda ser utilizado como plataforma para su promoción personal.

Nejatifo: el uso de la bandera catalana en el uniforme del Barça, banaliza y frivoliza este sagrado símbolo de un pueblo. Me emocioné viendo como en 1979 se portaron 30.000 banderas catalanas a Basilea y cómo el estadio se ha llenado en tiempos más difíciles que los actuales, de banderas catalanas. Pero me aburren y fastidian esos montajes de querer entrar en el Guiness con la mayor senyera de la historia y me escandaliza verla en la camiseta o el pantalón de los jugadores, lo mismo que en los cascos de los pilotos, como un pegote publicitario. Como me jodió ver las muñequeras de Arantxa en aquella final de Roland Garros. Yo creo que eso no es hacer patria: es hacer el ridículo y una perversa utilización partidista de un símbolo que lo es de todos los catalanes..

Positifo: ¿Quién dijo lo de “demasiados brasileños”? Seguro que no ha visto la final de la Copa Confederaciones entre Brasil y Argentina. Esa máquina verdeamarelha, cuando se pone a funcionar, no hay quien la detenga. Y el partido me permite sacar dos conclusiones: 1) que a Ronaldo lo retira Adriano antes del Mundial, y 2) que a lo mejor la flauta de Txiki sonó por casualidad y resulta que fue una buena operación vender a Riquelme antes de que acabara la competición. Reconozco que es una cura de humildad para mi. Tomo nota de ello y lo acepto deportivamente: le debo una a Txiki.


¡Que sí, que los laportistas también teneis sitio en Ítaca!