Pino Zamorano nos robó

Después de poner a parir al Chelsea porque nos metió cinco goles (uno en falta) frente a tres (uno de penalti regalado) y tras haber jugado una cuarta parte de esa eliminatoria con un jugador más, no entiendo el entusiasmo del público del Camp Nou por el empate con el Betis. ¿No habíamos quedado que el Barça nunca admitiría el resultadismo? ¿No iba a derrumbarse nuestro estadio sobre su propio equipo si un día ganaba o empataba del modo como lo hizo ante el Betis, resumiendo: contra diez, con dos penaltis a favor y un gol en la prórroga en un partido sin prórroga?
Yo, que me confieso resultadista, sí reniego a ganar o empatar de ese modo. Y lo detesto porque triunfos así ponen en cuestión toda una temporada del Barça. Porque si somos el equipo al que señalan más penaltis y al que expulsan más rivales, no podremos utilizar ya nunca más esos datos objetivos contra nuestros conspicuos adversarios cuando determinadas estadísticas que nos son peyorativas habían sido el más nutritivo alimento de nuestro victimismo.
Si tiramos cohetes, que yo los oí estallar en el cielo barcelonés, por el inmerecido empate ante el Betis, no podremos creer a nuestros propagandistas, como el escritor estadounidense Franklin Foer, quien en su libro “El mundo en un balón” (del que otro día escribiré unas ácidas líneas), echa mano del estereotipo más rancio y asegura: “Los aficionados del Barça ansían la victoria, pero, más aún, el romanticismo. Y, tal como demuestra su larga historia de derrotas, obtienen más de lo segundo”. Esta vez, el mal árbitro Pino Zamorano nos robó una romántica derrota. Y, más que eso, lo que me apena ver a mis consocios tan campantes cuando pensé que estarían tan compungidos y cabreados, al menos, como yo lo estoy.